lunes, 9 de noviembre de 2009

Desde el lado oscuro de mi corazón



No sé, me importa un carajo que los hombres
tengan un abdomen plano o vientre pronunciado
si tienen cabellera larga o carecen de ella.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco
o un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de soportales
una nariz que sacaría el primer premio
en una exposición de zanahorias;
¡pero eso sí! -y en eso soy irreductible- no les perdono,
bajo ningún pretexto, que no sepan volar.
Si no saben volar ¡pierden el tiempo los que pretendan seducirme!


Adaptación de desmesuradas a un poema de Oliverio Girondo.


lunes, 2 de noviembre de 2009

Ciudad sueño

Al Hechicero, porque la magia es posible

...estaré en tus olores
ciudad viento
respiraré tu noche
ciudad luna
tocaré tus heridas
ciudad sueño...

Mario Benedetti



Leticia Bárcenas González

Bajo del autobús, el frío de la mañana me da la bienvenida. Busco el teléfono y marco tú número.
–¿Bueno?
–Hola.
–¡Hola, chica! ¿Estás bien?
–Sí. He vuelto.
–¡¿Cómo?! ¿Dónde estás?
–En la terminal, ¿puedo ir a verte?

En el metro hay poca gente a esta hora así que es fácil encontrar asientos desocupados. Por la ventana veo pasar los edificios y a mi mente han vuelto las mañanas en que viajaba rumbo a la universidad. Estoy nerviosa pero no quiero pensar en lo que te diré, en lo que me dirás. Sé que necesito el calor de tus brazos, sentir tus manos que acarician mi espalda. Tus labios en los míos.

–¿Por qué has vuelto?
–Te extraño.
–Yo también te pienso cada día pero…
–No hace falta que digas algo, sólo quiero que me abraces, que me hagas el amor. Es domingo, como la primera vez.

Entra el sol por la ventana llenando de luz y calor el departamento, lo recorro con la mirada, aún conservas mis fotografías en la recámara y el corazón de lata que te regalé antes de marcharme. Huele a sándalo, como tu piel.

–¿Tienes hambre?, podemos pedir que nos traigan una pizza.
–No, quiero salir a caminar, podemos comer una torta en el zócalo.
–¿En el zócalo?
–Sí, en el restaurante que está junto a la tienda de santitos.

Abrazados andamos en silencio rumbo al metro. Salimos, no puedo evitar besarte. La gente pasa sin vernos y ese anonimato me hace feliz. Comemos de prisa como si ya no hubiera tiempo.

–Chica, ¿sigues con tu manía de recorrer una y otra vez las mismas calles?
–Sí, no me canso de mirar la gente y los edificios, ¿qué me dices de sus edificios?
–¿Cuáles?, ¿los de Reforma?, ¿los de los condominios de Villa Quietud?
–¡No! Los otros, los que tienen pasado, como el Palacio Postal con su ecléctico estilo arquitectónico o el hermoso Palacio de Iturbide o la Casa Borda o el Edificio Longoria.
–Me gustan más sus iglesias, ¿qué tal el templo de San Francisco o la Catedral?

Me tomas de la mano y corremos hacia ella, sus campanas han empezado a sonar, nos sentamos en el piso. Reímos. Volteo al cielo y veo unas hermosas nubes que parecen coronar la iglesia. Tan, tan, tan, siento que mi corazón late al compás de las campanas. Tan, tan, tan, quiero decirte que te quiero. Tan, tan, tan, este amor no puede ser. Tan, tan, tan, me besas. Nos levantamos y seguimos caminando.

–¿Qué más añorabas de la ciudad?
–Su olor.
–¿Su olor? Pero sí sólo huele a smog.
–Te equivocas, la ciudad tiene un olor diferente por la mañana que por la tarde o por la noche. Huele a tamales calientitos, a tacos de suadero con cebolla y cilantro, huele a cantina, a pan recién hecho, huele a ti recién bañado, ¿has percibido su olor después de una tarde de lluvia?
–No, yo no percibo lo que tú porque no amo esta ciudad sino por ti.

Siento ganas de llorar. ¿Cómo decirte que no puedo vivir en otra ciudad sin morir poco a poco de nostalgia?, ¿cómo explicarte que he vuelto, que aún te quiero pero no puedo quedarme contigo?

–Has enmudecido, ¿pasa algo?
–No.
–¿Te molesta lo que dije?
–¡No!, ¡no!, sólo que… Me he casado. Mañana llega mi esposo, viviremos aquí.