domingo, 7 de agosto de 2011

III. Del naipe


La que habla dormida y tiende una red más pura que el silencio.

La que traza el sortilegio del trébol inconstante y se abandona al calmo fluir del cuerpo como un animal satisfecho y luminoso.

La que aguarda en el umbral; sonámbula indecisa entre la vida y la muerte, entre el amor al sueño y el temor al sueño.

La que alberga en su mirada los favores de la luna y elude al espejo que refleja a los amantes dormidos con una espada entre sus cuerpos desnudos.

La perfecta solitaria; la que atraviesa los campos de batalla con un estandarte siniestro, con un canto más alto y más antiguo.

La hermosa ciega de los burdeles sórdidos, la predilecta en los juegos secretos de las niñas.

La inmaculada; la que deja en las iglesias su orina minuciosa, su perfume más delicado que el incienso.

La que arroja el tercer naipe bajo la sucia carpa de una feria allende su vigilia, y en ese trance adivina los signos del naipe, y en ese naipe la salvación y la derrota.

La que habla dormida y dice con su voz de agua desdichada, huyente: Yo soy el nombre que olvidamos.

Jorge Esquinca

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